Me gusta mirar el televisor con mi hijo antes de dormir
más cuando el señor Fredricksen se eleva
por encima de los rascacielos
en su casa flotante en aquel día soleado,
no resisto pensar en que quisiera hacer lo mismo
y si lo hiciera, pienso en los pequeños árboles
que abandonaría a la entrada de casa,
¿sobrevivirán a la mancha gris neurótica?
¿la fotosíntesis seguirá existiendo
a pesar de la guerra bacteriológica o el capitalismo?
–puede ser que las cataratas del paraíso
no estén tan lejos de nosotros como lo creemos señor Fredricksen–
los créditos en la pantalla no terminan de arrullarme
mi hijo duerme profundamente a mi costado
y me causa una gloria inexplicable
el poder llevarlo así hasta su cama
como si fuera un hombre de las cavernas
mientras los mosquitos zumban alrededor de nosotros
como diminutos aviones que intentan derribarnos,
contemplo la conducta inofensiva de ese pequeño hombre
y no dejo de pensar en el día en el que me abandone
cuando sea viejo y la tos
de todas las enfermedades del mundo me invada
antes / los clics de la cámara digital
guardaran nuestros recuerdos felices
y rebasaremos los límites del álbum fotográfico
antes / pintaremos figuritas y rayones
para trascender en las paredes de la caverna
para que siglos más tarde
otros hombres de otras cavernas sepan que estuvimos aquí
me recuesto en la cama y no dejo de pensar
que esto es todo lo que buscamos
tener hijos / matar mosquitos / mirar la TV / pintar figuritas / trascender
eso es y será por todos los siglos de los siglos / amén
hasta que ya nada de esto exista,
ni las letras
ni los hombres
ni la felicidad
y las cavernas estén llenas de figuritas y rayones
y mosquitos muertos
bajo gruesas capas de mugre y tierra
que oculten el preciado misterio de trascender.